18 abril, 2009

La locura de los Panero

Felicidad Blanc y sus tres hijos, en 1956

Voy, me llevas, se torna crédula mi mirada,
me empujas levemente (ya casi siento el frío);
me invitas a la sombra que se hunde a mi pisada,
me arrastras de la mano... Y en tu ignorancia fío,
y a tu am
or me abandono sin que me queda nada,
terriblemente solo, no sé dónde, hijo mío.

Crítica, semanario gráfico, nº242, de 30 de junio de 1956. En la sección Cuando hablan las mujeres entrevistan a Felicidad Blanc, a la sazón esposa del poeta Leopoldo Panero, autor de los versos que preceden. Y dice así:
Doña Felicidad Blanc de Panero tiene serenidad en su rostro. Un clima de serenidad, influjo suyo sin duda, nos envuelve desde que entramos en la casa del poeta. Y en un grato rincón, sereno y apacible, iniciamos la charla.

- Como todos los hombres, es difícil. Quizá un poco más difícil para el ama de casa, porque sus horas no son muy normales. Cuando escribe, no nos atenemos a horario alguno. Pero, en general, procuramos ser lo menos poetas posibles.


Tienen tres hijos. Tres hijos de los que quieren hacer hombres muy normales.


- ¿Apunta el poeta en a
lguno de ellos?

- El del medio, que tiene ahora ocho años [Se refiere a Leopoldo María], parece que tiene atisbos. Pero nosotros procuramos por todos los medios que no se defina esa vocación. No nos gustaría que nos salieran poetas. Los queremos normales, muy normales, que es lo mejor que podemos apetecer.
Puede que Felicidad mintiera tanto como el periodista que agasajaba a la familia repitiendo tantas veces la palabra serenidad, o puede que realmente hiciera todo lo que estuviera en su mano por conseguir que ninguno de los tres hijos le saliera ni poeta, ni excéntrico, pero fracasase estrepitosamente. Quien conozca la historia de los Panero no puede por menos que sonreir al leer las inocentes declaraciones de la madre en esta revista de hace ya cuarenta y tres años.

Leopoldo Panero fue, sin duda, un genio. Un intelectual genial, aunque vendido al franquismo; que se desdijo de su republicanismo de juventud cuando descubrió, en los ojos de su hermano muerto, los horrores que la guerra reservaba a todo el mundo, incluso a él mismo. Un poeta ligeramente excéntrico pero centrado, que se casó con una hermosa chica bien, Felicidad Blanc, al acabar la contienda, y que, junto a ella, trajo al muno a tres niños hermosos, criados en una hermosa casa y con un hermoso futuro. Una historia que, como suele suceder, acabó mal.

Empezando porque todos les salieron poetas, o casi.

Cuando ya no te llegue el eco de mi voz
ni el resonar cordial de mis palabras,

entonces, te pido que recuerdes que una tarde,

unas horas, fuimos juntos felices y fue hermoso vivir.


El mayor, Juan Luis Panero (1942), se hizo poeta desde joven, además de desafiar a la autoridad paterna cruzando el océano para casarse con la mujer a la que él amaba, pero que la madre, Felicidad, rechazaba. Para ese entonces, el padre ya había muerto; Leopoldo Panero falleció aún joven, en 1962. Juan Luis, aunque rebelde, fue el hijo menos problemático, el más independiente; el poeta correcto y sensato. Un genio al que su propio hermano, Leopoldo María, calificaría como mala persona, un verdadero hijo de puta, pero está bien como poeta...



Bufón soy y mimo al hombre en esta escalera cerrada con peces muertos en sus peldaños y una sirena ahogada en mi mano que enseño mudo a los viandantes pidiendo como el poeta limosna...

Nada raro en Leopoldo María Panero (1948), que, ya mayor, tuvo insultos de sobra que repartir tanto para su padre -el cerdo-, su madre -la prostituta-, Juan Luis -un hijo de puta- y Michi -el que más me fastidia...-. Levantado contra el férreo derechismo familiar, Leopoldo María se convirtió, a finales de los 60, en un firme defensor de las políticas de izquierda radical, lo que le costó no sólo la cárcel, sino el descrédito para su propia madre, Felicidad, que a partir de entonces nunca aceptaría a su hijo mediano. Cuentan que, sumido ya Leopoldo María en el infierno de las drogas, intentó quitarse la vida con pastillas -ya lo había hecho otra vez, intentando ahogarse con el forro de una gabardina-. Cuando Felicidad se enteró, y mientras intentaba explicar por qué quería meter a su hijo en una institución mental, dijo, tal cual: lo peor no es que se haya intentado suicidar, sino que se droga... Empezaron así, también, las correrías de Leopoldo María por los psiquiátricos, y la obsesión de Felicidad por pensar que su hijo había sacado la locura de una de sus hermanas, a la que la familia Blanc siempre había ocultado de la opinión pública.

Poeta maldito, homosexual declaradamente reprimido por el padre, genio despreciado por la madre, Leopoldo María quizás sea, en el mundo de la poesía, el mejor de los Panero. Dicen que son los locos quienes siempre sobresalen en éste.

Sólo el último de los hermanos, José Moisés "Michi" Panero (1951-2004) no se dedicó a la poesía, como la Blanc hubiera querido para todos. En realidad, nunca tuvo una profesión conocida. Era el hermano pequeño, a la sombra de los dos mayores, y el que nunca se decidió por nada en concreto pues era uno de esos genios que le dan a todo. A escribir, a la vida, a la música, a la política, al cine. Él fue el instigador de El Desencanto, la película documental sobre los Panero, él fue el que más salió en las revistas del corazón y el que más anduvo las calles. También el que murió más joven, víctima de un cáncer que nunca le avergonzó, pero contra el que se negó a luchar, aceptándolo en silencio y calma. Falleció con poco más de 50 años, 14 después de la muerte de Felicidad Blanc.

No fueron, sin duda, una familia normal: mal para la capacidad adivinatoria de Felicidad Blanc. Pero sí una familia extraordinaria.

Fuentes 1 | 2

1 comentario:

Daniel dijo...

Bueno el post de los Panero, que pasote de familia.saludos