08 julio, 2009

Breves (I)

Pandorgada morrocotonuda fué la que se armó ayer en la calle de Ruíz Gómez por el grave delito de haber contraído segundas nupcias, un individuo á quien no le agradaba vivir sin compañera.

Los agentes municipales que trataron de impedir lina manifestación propia de un villorrio, fueron incapaces de sofocarla, y los pacíficos vecinos del barrio, tuvieron que sufrir con resignada paciencia
os destemplados acordes de tan infernal orquesta.

¡Cuándo desaparecerá de Gijón esta costumbre que hace suponer que nuestra villa ha retrogradado lo menos 50 años!

El Noroeste, 13 de febrero de 1897

Aunque hacía ya dieciocho años de que el mismísimo rey de España, Alfonso XII, se había casado en segundas nupcias -después del novelizado drama de la bella Merceditas-, y aunque, de hecho, esta condición no fuera extraña para la noble familia de la que procedía (su abuelo, Fernando VII, había llegado a tener hasta cuatro mujeres, incapaz de proporcionarse con ninguna, hasta que llegó la cuarta, descendencia), en la España de la época, cuando se trataba de ciudadanos de a pie de calle, o de caleya, no estaba bien visto el volverse a casar. Poco importaba que fuera después de años de viudez, o que el cónyugue repetidor fuera hombre o mujer. Las pandorgadas o caceroladas el día de una boda en la que algún contrayente fuera a repetir nupcias se veían como un símbolo del pasado para los urbanitas periodistas republicanos de El Noroeste, pero lo cierto es que fueron muy comunes en la Asturias de hasta bien mediado el siglo XX. El único objetivo era humillar al contrayente que adquiriera segundas nupcias, prolongándose a veces hasta ya avanzada la noche de bodas.

Cuentan que en un pueblo no demasiado lejano a Gijón, muchos años después de ser publicada esta breve noticia , uno de los vecinos contrajo segundas nupcias con una joven soltera, tras haber quedado viudo de su primera esposa. La pandorgada comenzó al amanecer, continuó en el banquete y les acompañó en la noche de bodas. El novio, con la intención de espantar a los muchachos que continuaban aquella humillante tradición de sus antepasados quizás más por travesura que por convencimiento real, sacó su escopeta de cazador y, por la ventana del dormitorio, lanzó un tiro que pretendía ser al aire. Uno de los muchachos protagonistas de la pandorgada cayó muerto, sobre un charco de sangre, tras ser alcanzado por una bala que no tenía destinatario. Corría el año 1950. Fue la última pandorgada del pueblo.