El que mucho abarca, poco aprieta. Debieron pensarlo los arqueólogos de Iruña-Veleia hace año y medio, cuando sacaron a la luz pública lo que se suponía como importante y jugoso descubrimiento de interés no sólo -lamentablemente- histórico o arqueológico, sino también político. Pero no lo hicieron.
Dijeron, por aquel entonces, haber encontrado fragmentos cerámicos de incontestable importancia, ya que no sólo mostraban algunos jeroglíficos de origen egipcio grabados en su superficie, sino también inscripciones de palabras muy similares a algunas del actual euskera e, incluso, un Cristo crucificado. Todo a la par. El yacimiento, datado entre los siglos III y VI dC, se iba a convertir así en una pieza clave de un importante giro en lo que hasta ahora se había venido creyendo en cuanto al origen del idioma vasco. Esto ya bastaría de por sí para que se produjera un boom mediático sin parangón en torno a Iruña-Veleia, pero es que además, con tal cronología, el Cristo crucificado era, sin duda, una de las más antiguas representaciones jamás conocidas. En el mundo. Y, además, tal trastoque de fechas venía a contrarrestar las teorías más sólidas acerca de la llegada del cristianismo a la zona donde se asentaba el yacimiento, y que hablaban de una consolidación del mismo no anterior a la etapa medieval.
Pueden imaginarse la reacción de la prensa ante tamaño descubrimiento, y los jugosos frotamientos de manos del equipo responsable de la excavación, que no tardó en crear una historia explicando la extraña mezcolanza de símbolos en las cerámicas descubiertas: dijeron, apenas unas semanas después del descubrimiento, que la familia propietaria, originalmente, de las cerámicas, residía en la villa que ahora es yacimiento, en las proximidades de la cual se levantaba la escuela a la que irían sus hijos y, en la cual, daba clases un maestro procedente del lejano Egipto, que no sólo enseñaba a los niños euskera, sino también doctrina cristiana. Agárrate, que hay curva.
Mucho se abarcó, pero poco se tenía apretado. Meses después de que la prensa que dio pávulo al descubrimiento se olvidara del mismo, las investigaciones a las que las piezas fueron sometidas dieron como resultado común el que las cerámicas halladas no eran sino falsos históricos realizados en la época actual, de forma burda además.
El problema no es que haya muchos que se hayan equivocado. En la ciencia, o si lo prefieren -por evitarnos la eterna discusión- en cualquier disciplina con un método científico, siempre nos equivocamos; si no lo hiciéramos, jamás podríamos avanzar ni aprender de nuestros errores. El problema es que, después de que los estudios afirmasen a rajatabla que las piezas eran falsas, algunos de los que en su día tropezaron con las ostraka de Veleia defendiendo su excepcionalidad, siguen aún hoy emperrados -sin aportar ningún tipo de prueba a favor, por supuesto- en que tienen que ser ciertas, y que hay profundos intereses ocultos en muchos para que no sea así. ¿Las razones? Como siempre, con la política nos hemos topado.
El día en que cada uno -científicos, investigadores, literatos, sabios, inútiles, políticos, economistas, aburridos funcionarios, profesores, estudiantes y estudiosos- nos dediquemos a lo que nos corresponde, sin mezclar disciplinas ni utilizar una para favorecer a la otra, ese día todas las Veleias del mundo se acabarán. No será necesario recurrir a la mentira, a la exageración o a la fantasía, y la Historia sólo se elaborará sobre una base real, para hacerla quizás más agradable a la vista, más a pie de calle. No para convencer, no para defender, no para combatir, no para esto.
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