Ocurrió ayer. 23 de noviembre de 2008. En la calle Montero Ríos, Lugo, Galicia, España.
Empezó como una historia común. Unos caseros descontentos con su arrendada, que van a cantarle las cuarenta en la sobremesa, para que pague lo que es debido, por ejemplo. Como sea. El caso es que la arrendada, M.L.R.B., se cabrea y monta en cólera, cierra la puerta de salida y retiene contra su voluntad (una hermosa forma de referirse a un secuestro) a la pareja de caseros. Y aquí es donde la cosa toma tintes oscuros como la más oscura España profunda.
- De aquí no sale nadie hasta que no llegue Ana Rosa Quintana.
Toma. Ahí es nada. La pareja de caseros se mira desconcertada y le pregunta a la mujer que si está chalada o qué.
- De aquí no sale nadie hasta que no llegue Ana Rosa Quintana.
Y de ahí no había quien la sacara. Los caseros, acojonados. La mujer impertérrita, esperando por la llegada de la presentadora (aunque no reparó en que, siendo como eran las 14.30, el programa diario de la diva ya había acabado, y la Quintana estaría, probablemente, dando cuenta del café de después de comer, en algún punto de Madrid o Barcelona). La hija de los caseros, que no se podía creer la situación cuando, en un momento, la madre se logró escapar al baño para llamarla por teléfono pidiendo auxilio. La policía, avisada por la hija, partiéndose el culo tras la puerta de entrada. La alquilada con un ataque de ansiedad cuando, por fin, los sacaron de allí. Y la Quintana sin enterarse del tema.
Empezó como una historia común. Unos caseros descontentos con su arrendada, que van a cantarle las cuarenta en la sobremesa, para que pague lo que es debido, por ejemplo. Como sea. El caso es que la arrendada, M.L.R.B., se cabrea y monta en cólera, cierra la puerta de salida y retiene contra su voluntad (una hermosa forma de referirse a un secuestro) a la pareja de caseros. Y aquí es donde la cosa toma tintes oscuros como la más oscura España profunda.
- De aquí no sale nadie hasta que no llegue Ana Rosa Quintana.
Toma. Ahí es nada. La pareja de caseros se mira desconcertada y le pregunta a la mujer que si está chalada o qué.
- De aquí no sale nadie hasta que no llegue Ana Rosa Quintana.
Y de ahí no había quien la sacara. Los caseros, acojonados. La mujer impertérrita, esperando por la llegada de la presentadora (aunque no reparó en que, siendo como eran las 14.30, el programa diario de la diva ya había acabado, y la Quintana estaría, probablemente, dando cuenta del café de después de comer, en algún punto de Madrid o Barcelona). La hija de los caseros, que no se podía creer la situación cuando, en un momento, la madre se logró escapar al baño para llamarla por teléfono pidiendo auxilio. La policía, avisada por la hija, partiéndose el culo tras la puerta de entrada. La alquilada con un ataque de ansiedad cuando, por fin, los sacaron de allí. Y la Quintana sin enterarse del tema.
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